viernes, 22 de febrero de 2013

SUSTANTIVOS (II): EL MISMO MATERIAL CON DIVERSAS TONALIDADES


Para adentrarnos en la morada del sustantivo y conocer sus estancias, dilecto discípulo, conviene llevar bien alertada la disposición al aprendizaje científico.

Cuidado, no te inquietes. En determinadas circunstancias cualquier referencia a valores científicos nos pone en guardia, tensa el cuerpo y la mente como si de una amenaza indefinida se tratara. Y sin embargo, la ciencia nunca será enemiga, sino aliada de la condición humana.

Esta puntualización, aunque evidente, no es vana. En la actualidad, ciertas pedagogías acerca de la lengua andan demasiado ocupadas en otorgarle un valor puramente utilitarista. Algo parecido, por ejemplo, a la servidumbre que nos presta el mando a distancia de la tele (apenas conocemos sus características técnico-científicas, ni nos interesan).

Por esa superficie parece que discurren arribistas de última generación. Para ellos, el conocimiento de la variedad de sustantivos que ofrece la Morfología no es rentable; en otras palabras, no mejora las posibilidades de comunicación, y por lo tanto, para qué.

Sin embargo, no todas las piedras preciosas son iguales. El mosaico de sustantivos que vamos a afrontar, con sus diversas tonalidades, no sólo es valioso para nuestro uso de la lengua, sino también, y sobre todo, para el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales. Ya te di las razones en la Introducción, dilecto discípulo: la Gramática, y en consecuencia, la Morfología “nutre y estructura el pensamiento”.

Creo que es suficiente. No nos entretengamos más. Entremos de la mano de Morfología en el área reservada a los sustantivos. Atendamos al rigor y desvelo con que ella los desbroza, configura, articula y hasta embrida. Es superior a sus fuerzas, no puede vivir en el desorden. Una gran profesional, sin duda. Aunque a veces se nos antoje algo tiquismiquis por un exceso de clasificación, su oferta es profusa pero precisa.

Ella, discreta y eficaz, enseguida se presta a las explicaciones.

Desde los comienzos de la Gramática, a diario llegaban a Morfología sustantivos y sustantivos, procedentes de la Semántica, con la pretensión de ocupar un lugar en las necesidades de comunicación del hombre.

Ya desde las primeras avalanchas Morfología percibió que, aunque sustantivos todos, se presentaban discriminados y agrupados según los rasgos distintivos de sus significados. Nada desdeñable esta labor previa de la Semántica. Resultaría muy provechosa para su trabajo (en su momento aclararé por qué).

En una primera aproximación al catálogo concebido por la Semántica, Morfología observó dos grandes comunidades: sustantivos comunes y sustantivos propios (llamados también nombres, ya te he dado las razones de esta tendencia habitual).

No consideremos arbitraria semejante denominación, sino bastante simple; tampoco la Semántica es muy dada a extravagancias ni marañas.

Llamó comunes a los sustantivos con significados de toda la vasta, vastísima, realidad interior y exterior de nuestra existencia, desde lo puramente material y cotidiano hasta los más insondables resortes de la mente humana. La división del tiempo (mañana, mes), objetos (libro, cacerola), lugares (casa, montaña), personas (mujer, gente), cualidades (bondad, rebeldía), sentimientos (amor, miedo)… Un sin fin.

Comprenderás, dilecto discípulo, que el concepto de comunes alude a los sustantivos que comparten ciertos rasgos en algunas de esas realidades que acabo de mencionar (objetos, lugares, sentimientos, etc.) Es decir rasgos comunes a una misma realidad.

Como digo, todos los comunes llegaron a Morfología con significado incluido, obviamente. Pero además, algunos portaban como enhebrados a ellos, a modo de cometas engarzadas, otros sustantivos carentes de significado. Eran los propios.

Los llamados nombres propios eran, y son, identificaciones específicas de la realidad expresada por algunos comunes.

Sí, lo aclaro con un ejemplo. Pongamos el sustantivo común ‘hombre’. No perdamos el tiempo en recordar su significado (aunque hay quien parece haberlo olvidado). Ahora hablemos de Sófocles, Ulises, Alberto o Juan. Acordaremos que nos estamos refiriendo a un hombre que se llama Sófocles, Ulises, Alberto o Juan. O pongamos el sustantivo común ‘mujer’. Y hablemos de Helena, Penélope, Ana o Marina. O pongamos el sustantivo común ‘ciudad’. Y hablemos de Madrid, Málaga, Ávila o Córdoba.

El verdadero significado se encuentra en los referidos sustantivos comunes. Los otros nombres son una mera referencia de ellos, una etiqueta (así lo llaman algunas gramáticas), una marca identificativa, vacía de significado, sólo particularizan al sustantivo común. Son los propios, en los casos mencionados, de un hombre concreto, de una mujer concreta o de una ciudad concreta.

Por esta razón, Morfología segregó a los comunes de los propios, adjudicando a estos un recinto específico dentro del área del sustantivo -imagina que ocupan una banda de todo el fondo de un rectángulo-. Y para reconocerlos en la escritura recomendaría a Ortografía que aparecieran con mayúscula.

Quedaba establecida así, dilecto discípulo, la distinción inicial.

Como la cuestión de los propios no necesitaba mayor atención por el momento, se centró en los comunes (los que más quebraderos de cabeza le daban) –que les adjudicó el resto del rectángulo a excepción del vestíbulo (ya lo aclararé al final).

Pero no se detuvo ahí el temperamento regulador de Morfología, porque tampoco tal distribución agotaba la clasificación semántica. Entre los sustantivos comunes había grupos y subgrupos cuyos significados, siempre a dúo, apuntaban a una cierta incompatibilidad entre ellos.

Así pues, la medida siguiente consistió en partir en dos grandes espacios el recinto del sustantivo común, para alojar en ellos el emparejamiento de incompatibles que consideró más relevante para nuestras posibilidades expresivas.

A un lado situó a los sustantivos comunes con significados referidos a nuestra percepción de la realidad material, es decir, personas, animales o cosas (cosas en el sentido más amplio de objetos, lugares…). O dicho de otra manera, todo aquello que podemos percibir por los sentidos (vista, olfato, tacto…) –no se incluye aquí el llamado sentido común; resuelve tú, dilecto discípulo, por qué-. Estos integraban el grupo de sustantivos concretos.

Y al otro lado, los referidos a nuestra interpretación de lo inmaterial, es decir, acciones (ataque), procesos (corrupción), cualidades de personas (bondad), animales (nobleza) o cosas (belleza)… O dicho de otra manera, todo aquello que no percibimos por los sentidos -salvo por el sentido común en este caso-, sino por la mente. Estos, opuestos a los anteriores, conformaban el grupo de sustantivos abstractos.

Pero Morfología no hizo de la medianera entre ambos grupos un muro infranqueable, sino más bien un tabique acolchado y permeable. Porque el contraste entre concretos y abstractos no siempre es tajante y perfectamente delimitado; a veces, ciertos sustantivos son de difícil integración en uno u otro lado, dependerá de cómo se interpreten al utilizarlos en la conversación. Por ejemplo: darse un corte (concreto) en la mano con un cuchillo, o darle a uno corte (abstracto) hablar de ciertas cosas.

Tras esa parcelación Morfología, siguiendo el hilo conductor de la Semántica, advirtió que tanto dentro de los concretos como de los abstractos convivían otros matices añadidos al significado base de cada cual. También mediante emparejamientos de significados incompatibles. Se trataba del mismo tipo de subgrupos, dos como poco, reproducidos a uno y otro lado.

Veamos, recuperemos parte de aquel ejemplo del coronel-eclipse-tropa, etc. El nombre común ‘soldado’ pertenece al grupo de los sustantivos concretos porque el significado que representa lo percibimos por los sentidos (el de la vista en este caso, ¿no?). Pero, a su vez, también alude a una realidad material (una persona) con existencia única, particular, individual. Incluso si utilizáramos este sustantivo en plural, ‘soldados’, el resultado reproduciría una suma de individualidades (un soldado + un soldado + otro soldado….). Pues bien, ¿el sentido de este significado en plural sería idéntico al propio del sustantivo también concreto ‘tropa’? No exactamente. Porque ‘tropa’ aporta un matiz diferente: el valor de conjunto, de grupo, de colectivo; del cual carece ‘soldados’ (aunque ambos coincidan en el concepto de pluralidad). Lo mismo ocurre cuando distinguimos los significados de ‘personas-gente’, ‘ovejas-rebaño’…

Esta, digamos, rivalidad entre significados de los sustantivos comunes concretos recibió el nombre de individuales (soldado, persona, oveja…) y colectivos (tropa, gente, rebaño…).

También se da entre los sustantivos comunes abstractos. De ellos, ahora sólo tengo a mano un ejemplo: podemos considerar que la honestidad (individual), la bondad (individual), la generosidad (individual)… de una persona conforman su acervo (colectivo) moral.

No obstante, aunque disponemos de ejemplos de individuales y colectivos a uno y otro lado de la medianera, este tipo de emparejamiento no es equilibrado ni uniforme, en lo que a frecuencia se refiere. Existe principalmente entre los sustantivos concretos, y con claro predominio de los individuales sobre los colectivos. Y entre los abstractos adquiere escasa relevancia; porque estos son individuales en su inmensa mayoría.

Vayamos ahora, dilecto discípulo, a otra variable en la representación del significado dentro de los concretos y de los abstractos. Te la voy a anunciar de principio: contables y no contables.

Hablamos, como en los casos anteriores, de los significados vinculados a los sustantivos. Aquí la base de la diferencia radica en la posibilidad de que el significado transmitido sea susceptible de cálculo numérico o no. Dicho de otro modo, si el significado del sustantivo en cuestión (sea concreto individual o colectivo, abstracto individual o colectivo) admite el uso del plural, será contable; en caso contrario, no contable.

De acuerdo con dicha premisa, cabe interpretar que una gran cantidad de concretos individuales son, a su vez, contables, como los ya citados ‘soldado’, ‘persona’, ‘oveja’. Pero asimismo entre los concretos colectivos encontramos muchos contables, como los también citados ‘tropa’ y ‘rebaño’.

Y además, entre los concretos individuales podemos descubrir no contables, como, por ejemplo, ‘firmamento’ (cuenta si puedes). También entre los concretos colectivos, ‘gente’ (para contar tendrías que pasar ‘gente’ a su correspondiente individual ‘personas’).

Por otro lado, tanto en los abstractos individuales como en los abstractos colectivos arrasan los no contables. En estos dos grupos apenas hay contables.

Si repasas brevemente, dilecto discípulo, este menudeo de contables y no contables con el que acabo de martirizarte, si lo haces con disposición de entenderlo, comprobarás fácilmente lo que te he indicado antes: el posible traslado, o no, del sustantivo a plural marcará la incompatibilidad. Compruébalo tú mismo con los ejemplos precedentes.

Una salvedad quiero hacerte acerca de lo desarrollado hasta aquí: el lenguaje literario, con las licencias que se permite, puede descabalgar buena parte de mi exposición. Pero -puedes suponerlo- la expresión literaria discurre por coordenadas bien diferentes, que no caben en esta gramática (no del todo). Un par de ejemplos: “esas pobres gentes malviven rodeadas de inmoralidades”. ‘Gente’ es concreto no contable, por lo que debería utilizarse siempre en singular, y sin embargo aquí aparece en plural. ‘Inmoralidad’ es abstracto no contable, por tanto, también debería utilizarse siempre en singular, y sin embargo aquí aparece en plural. Parece como si el autor instalara un amplificador a esos dos sustantivos para denunciar una situación de desamparo absoluto.

Bien, volvamos a Morfología, observemos esa mirada suya, inteligente, ágil, metódica, práctica, contemplando la variada gama de sustantivos con sus correspondientes significados, proporcionados todos por la Semántica. ¿Qué hacer con ellos?, ¿cómo almacenarlos con un mínimo de sentido y orden al servicio de la Sintaxis? Porque había recibido hasta otros subgrupúsculos de sustantivos que, animados por semantistas y gramáticos del milímetro, reivindicaban consideraciones tan específicas como inoperantes: que si nosotros somos abstractos de fenómenos; que si nosotros, de colectivos híbridos, etc. Prescindió de estos.

Y finalmente, decidió marcar cuatro franjas separadoras en el espacio asignado a los sustantivos comunes concretos (similar a las calles de las piscinas olímpicas): individuales contables, individuales no contables, colectivos contables y colectivos no contables. Y aplicó el mismo proceder con los sustantivos comunes abstractos.

Perdona mi insistencia, pero me parece fundamental que quede claro: cualquier sustantivo común concreto será también individual o colectivo y, a la vez, contable o no contable. Lo mismo que uno abstracto.

Ahora bien, hasta el momento la intervención de Morfología se había limitado a ser depositaria del material enviado por la Semántica, incluso de seguir fielmente sus indicaciones y fórmulas organizativas con respecto al sustantivo y sus significados. Pero su trabajo, el que verdaderamente se esperaba de ella -dar forma adecuada a los sustantivos para ponerlos en condiciones de ser aceptados, seleccionados y utilizados por la Sintaxis- no había comenzado aún. Para ello tenía reservada la zona del vestíbulo del rectángulo asignado al sustantivo.

Lo trataremos en la próxima entrega, dilecto discípulo. Aguarda.

lunes, 19 de noviembre de 2012

SUSTANTIVOS (I): LA MATERIA PRIMA

Es impresionante, dilecto discípulo, cómo entra Morfología en el santuario de los sustantivos. Observa su semblante, la rigidez habitual muda a templanza, como la mirada que acaricia el cuadro más preciado de un museo.

El sustantivo es el primogénito de la comunicación humana. Así lo han demostrado otras ciencias lingüísticas, cuyos argumentos ha reconocido la Gramática e impuesto a su fiel escudera, Morfología. Por eso, ésta ha asumido con gran profesionalidad la custodia de tan preciado tesoro, y dedica especial atención, casi mimo, a tan ilustre parcela de sus dominios.

Entiéndeme, dilecto discípulo, digo primogénito en el sentido más literal y denotativo del término: el engendrado en primer lugar. No implica, pues, menosprecio ni marginación para las otras clases de palabras, sólo que Morfología otorga un trato particular al sustantivo por ser el primero que trajeron de fábrica (recuerda que no es tarea de Morfología la elaboración de palabras, sino de recibirlas, custodiarlas, asearlas y perfeccionar su perfil para tenerlas listas y a disposición de la Sintaxis para la construcción de los mensajes).

¿Y qué tiene de especial el sustantivo? ¿Qué lo hace tan importante? ¿Cuál es su personalidad? ¿Qué es? La identificación de cuanto abarca nuestro mundo exterior e interior. El sello, la etiqueta, el símbolo en forma de palabra con que reconocemos esa realidad tan diversa o plana y tan enorme o reducida que, por un lado, nos rodea y, por otro, surge de nuestra propia intimidad.

Esto hay que explicarlo, claro.

Empezando por lo que llamo identificación. Hagamos un ejercicio de situación histórica, mejor dicho, prehistórica. Las primeras personas que superaron la comunicación mediante gruñidos y descubrieron su capacidad de hablar comenzaron por dar nombre al entorno más inmediato; es decir, asignar palabras a los objetos que manejaban, a los lugares donde vivían, a los seres vivos con los que se relacionaban bien o mal, o a los que utilizaban para su sustento, a los elementos de la naturaleza en la que se desenvolvían…, y también a los sentimientos, emociones o pensamientos generados en algún lugar de su mente o espíritu.

Era una necesidad, digamos que innata, reducir a palabras todo aquello que percibían por los sentidos o se fraguaba en su propio entendimiento. Con un fin inmediato, poder comunicarse entre ellos, al menos con ciertas garantías de eficacia. Así aparecerían árbol, piedra, agua, cueva, miedo, amor, odio…, los primeros sustantivos que poblaron la tierra, la primera experiencia de la comunicación humana. Rudimentos, sí, pero sustantivos (como los otros rudimentos para la supervivencia de la especie: los utilizados para comer, abrigarse…).

De por qué le asignaron esos nombres y no otros (por ejemplo, rilo en vez de amor), o la misma palabra pero con otro orden fónico (por ejemplo, boral en vez de árbol), no preguntes, no hay razón medianamente lógica. Además, excede con mucho el ámbito de la Gramática, que es por donde andamos.

Regresemos, dilecto discípulo, a la actualidad, para centrarnos en una situación que guarda similitudes con aquella prehistoria. Me refiero a los primeros estadios del niño en su afán de comunicación. Al principio señala con sus manos o con la mirada o con la expresión misma de su rostro, señala porque todavía no ha aprendido a reducir a palabras el foco de su interés. Hasta que las escucha y asimila. Las primeras son sustantivos, que él oye y reproduce en cuanto se activa su capacidad de expresión articulada: mamá, papá, pipí, caca… El bagaje iniciático de su expresión lingüística y, por tanto, humana bajo el signo del sustantivo.

¿Y nosotros? Tuvimos los mismos comienzos del niño, evidentemente. Pero, ¿y ahora?, ¿qué pasa con nuestros sustantivos de ahora? Pues que no dejamos de hacer acopio de ellos a medida que desarrollamos conocimientos, inquietudes, curiosidades y sentimientos.

Ese proceso no quiebra, ojo, si no nos estancamos en el pequeño mundo ya adquirido. Por ponerte un ejemplo bastante simple: tengo un amigo, negado hasta hace poco para la cocina; pero últimamente, a saber por qué misterioso interés o trauma psicosocial, se ha interesado vivamente por la gastronomía. Afición sobrevenida que le ha suministrado un buen puñado de sustantivos con los me martiriza a cada ocasión: soufflé, baya, grosella, levadura, fideuá, puerro, bofe, ostión y no sé cuántos más. Una órbita antes desconocida para él (para mí también) que indudablemente le ha descubierto nuevas sensaciones y perspectivas de la realidad y, en consecuencia, ha enriquecido su percepción vital.

Lo mismo ha ocurrido, está ocurriendo, en nosotros: en la medida en que salgamos de nuestro microclima y nos adentremos en otros ámbitos del saber o del sentir, la necesidad de identificar sus saberes o sus sentires nos proporcionará nuevos sustantivos, el campo se ensancha, nuestra visión es más amplia y diáfana. No olvides que sólo conocemos lo que somos capaces de reducir a significados que identificamos en forma de palabra.

Imagina una lengua sin sustantivos. Imagina que no tuviera nombre, por ejemplo, la plancha vertical de madera sujeta a un lateral de una pared que sirve para separar una habitación de otra, o el artilugio con cuatro ruedas bajo una carrocería y un motor que sirve para desplazarse de un lugar a otro, o la emoción irresistible que nos produce otra persona, o la dedicación a descubrir en los libros las diferentes manifestaciones de la ciencia, o… Define tú mismo, dilecto discípulo, el significado de cualquier sustantivo y quítale ese soporte, justamente ese sustantivo que concentra en una sola palabra todo el significado definido, como yo acabo de hacer con puerta, coche, pasión y estudio.

E imagina, por abundar en el absurdo, que quitáramos del párrafo anterior todos los sustantivos que aparecen en él, prescindamos por un momento de su existencia. ¿Lógico, no?: la comunicación sería imposible.

Y sin embargo, si por el contrario mantuviéramos todos los sustantivos de ese párrafo y elimináramos de él las demás clases de palabras que contiene (verbos, adjetivos, preposiciones, etc.), la comunicación resultaría harto difícil o complicada, desde luego, pero no tan imposible como faltando los sustantivos.

Te puedes explicar, pues, la querencia de Morfología por los sustantivos. La primogenitura que ostentan no es gratuita, son el primer instrumento tanto en el tiempo como en importancia para la transmisión e intercambio de nuestros mensajes. Ellos pueblan nuestra comunicación de tal manera que las demás clases de palabras actúan en función de ellos; es decir, la presencia obligada e incesante de los sustantivos en nuestros mensajes provoca una intervención en cadena del resto (desde luego, cada cual con su valor y preponderancia específica, habitualmente nos parece más valioso un verbo que, digamos, una preposición).

Puede que me pidas un ejemplo de esa dependencia. Allá va. ¿Recuerdas el caso del coronel y el eclipse que comentamos en la Introducción? Vamos a reducirlo a palabras. La mayor carga significativa del mensaje que pretendemos construir se encuentra en los siguientes sustantivos: coronel, orden, tropa, patio, cuartel, eclipse, sol. La elaboración final del mensaje puede dar varias opciones (de hecho, así lo vimos entonces), pero nosotros nos limitaremos a la lógica. Sería ésta: el coronel ha dado las órdenes oportunas para que toda la tropa forme en el patio del cuartel y presencie un maravilloso eclipse de sol. Efectivamente, podrás observar que los sustantivos seleccionados para la intención comunicativa del mensaje han desencadenado la presencia y ayuda necesaria de las demás clases de palabras que te he resaltado en negrita. Verbos, artículos, adjetivos de distinto tipo, preposiciones y conjunciones han acudido a apuntalar y redondear el mensaje último; pero el embrión ya se encontraba en los significados de los sustantivos.

Ahora bien, comprende, dilecto discípulo, que Morfología no es simple fan prendada de la importancia capital de los sustantivos para nuestros mensajes. Ella toma cartas en el asunto justamente cuando estas palabras, ya dotadas de significado, llegan a su feudo (igual ocurre con las demás clases de palabras). Esto es importante, ella no se dedica a inventar sustantivos (eso es trabajo de otras ciencias lingüísticas), sino a recibirlos ya fabricados, como hemos dicho, conservar ese legado transmitido, asearlo y perfeccionarlo para ponerlo a disposición de la Sintaxis en las mejores condiciones de uso para la construcción de los mensajes (no olvidemos que es la Sintaxis quien acude al almacén de Morfología para pedirle y seleccionar los materiales que necesita).

Precisemos entonces la intervención de Morfología con respecto a los sustantivos: pulir sus formas (un trabajo casi de miniaturista), por un lado, para conseguir perfiles precisos de singular y plural y de masculino y femenino; y por otro, para organizarlos y clasificarlos según las indicaciones o sugerencias recibidas de otras ciencias lingüísticas.

No te inquietes, dilecto discípulo. Iremos despejando suavemente los senderos del sustantivo según lo expresado en el párrafo anterior.

jueves, 18 de octubre de 2012

                 MORFOLOGÍA (II): LOS MATERIALES EN ESTADO PURO

Llamemos, dilecto discípulo, al portalón principal de ese gran almacén de las palabras al que me he referido antes. Nos abrirá Morfología, con una amabilidad circunspecta (recuerda que esta señora -¿la llamamos señora?- no es muy dada a veleidades).

Pasemos, Morfología nos ofrece una visita guiada. Para empezar conviene una primera impresión, una panorámica general de las distintas dependencias. Tiempo habrá luego de conocer detenidamente cada una de ellas y las peculiaridades y particularidades de las palabras que contienen.

Advertirás desde la entrada un largo pasillo que parece seccionarlo en dos grandes naves, cada una con su correspondiente cartel identificativo: “Palabras variables”, Palabras no variables”. Se trata de la primera gran división que Morfología aplica a su arsenal.

La nave de la derecha (por situarla de algún modo) está dedicada a las palabras no variables: aquéllas cuya forma o aspecto o figura debe permanecer inalterable cuando son utilizadas en la construcción de los mensajes. Distribuidas y agrupadas en cuatro compartimentos, cada uno rotulado con la denominación de sus, digamos, moradores: preposiciones, conjunciones, adverbios e interjecciones.

Sin embargo, no nos engañemos, esa característica de indeformables es casi lo único que tienen en común; porque, luego, las tareas que tienen asignadas para nuestros mensajes son bastante diferentes. Aunque preposiciones y conjunciones se parecen en algo: ambas realizan labores de conexión, cada una en su estilo, eso sí, e incluso a veces forman equipo entre ellas para algún que otro trabajillo de enlace; por eso ocupan compartimentos limítrofes, y con ventanas en la pared medianera (Morfología quiere que se lleven bien); pero poco que ver con la misión de los adverbios -colaboran con éstos en contadas ocasiones- y, mucho menos, de las interjecciones. Pero no nos entretengamos, ahora nos basta con esta primera aproximación.

En la nave de la izquierda se encuentran las palabras variables: aquellas que disponen de la capacidad y, por tanto, de la posibilidad de modificar algún aspecto o perfil o rasgo de su forma (con el permiso y los márgenes que Morfología permite, claro -¡faltaría más!-). La estructura de este recinto se nos antoja bastante simple: al pronto sólo advertimos un largo testero dividido por un pasillo separador, y, en el centro de cada uno de sus lados, dos grandes rótulos: nombre y verbo.

Detengámonos aquí un momento. Si hay pasillo separador, como acabamos de apreciar, debe de haber diferencias entre ambos grupos. Efectivamente, pero también algo en común, por eso se encuentran en el área del caserón asignada a las palabras variables. ¿En qué variación coinciden las de uno y otro lado de ese pasillo a la izquierda? En el número.

¿Cómo? ¿Qué es eso de número? Enseguida Morfología, atenta a despejar cualquier duda, aclara: en Gramática no utilizamos conceptos matemáticos, llamamos número para distinguir simplemente entre uno (singular) y más de uno (plural -sean dos o cincuenta mil, o cuantos queramos-).

Por tanto, nombre y verbo coinciden en la posibilidad de variar su presencia en los mensajes: singular o plural.

No es la única razón para este agrupamiento general de variables. Además, dentro de cada una de esas dos cofradías (nombre, y verbo), encontramos formas distintas para su intervención en los mensajes.

Por eso, la distribución en dos grandes bloques que antes nos pareció tan elemental, ahora, tras prestar atención más específica a uno y otro lado del pasillo, puede parecer algo más complicada.

Vayamos a la zona del verbo. Ya desde la puerta misma podemos apreciar diferencias sustanciosas, sin necesidad de entrar, ahora no.

Distinguimos en primer lugar tres grandes departamentos, que se corresponden con las tres conjugaciones que conocemos (ya sabes, los terminados en –ar, -er, -ir) -primera variable.

Si fijamos nuestra atención en uno solo de tales departamentos (el de los verbos en –ar, por ejemplo), veremos que presenta una estructura perfectamente delineada, delimitada y diferenciada en sucesivas dependencias y subsecciones. Ello está orientado a distinguir entre modos verbales (recuerda: indicativo, subjuntivo…) –segunda variable-, tiempos verbales (presente, pretérito…) –tercera variable- y personas gramaticales (primera, segunda y tercera) –y cuarta variable.

La misma configuración se repetirá en los otros dos grandes departamentos (los en –er, -ir), correlación estructural que permite flujos comunicantes de hermandad entre los tres a través de ventanas o angostos corredores.

Todo un entramado que da cumplida respuesta a las necesidades de cada mensaje, y que abordaremos, dilecto discípulo, cuando nos toque adentrarnos en ese proceloso mundo del verbo que ahora sólo contemplamos desde el pórtico. Por el momento, nos sirve para constatar su carácter variable. Así que no te inquietes con este trallazo de datos que acabo soltar, ni te agobies si ha reavivado fantasmas del pasado.

Nos queda el otro lado de ese pasillo a la izquierda dedicado a las palabras variables, el área asignada al nombre. Desde la misma entrada observamos sus cuatro compartimentos, conteniendo respectivamente sustantivos, adjetivos, artículos y pronombres.

Por si en principio nos surge alguna duda, enseguida Morfología –siempre al quite- nos aclara: estos cuatro están integrados en la denominación general de nombre, por una norma gramatical que viene de antiguo, aunque sus detalles particulares no vienen al caso. Tan sólo precisar que nombre es prácticamente sinónimo de sustantivo, y así se considera en la actualidad. Pero hay que tener en cuenta lo siguiente: el artículo no puede vivir sin el sustantivo; el adjetivo basa la razón de su existencia en la estrecha relación que guarda siempre con el sustantivo; y el pronombre se limita a sustituir al nombre cuando éste no está. Por todo ello, los cuatro se encuentran integrados bajo la denominación general de nombre.

¿Por qué consideramos a los cuatro palabras variables? Porque, además de distinguir entre singular y plural como el verbo (ya queda dicho), coinciden en expresar de forma diferente el género gramatical masculino y el femenino. Así de sencillo.

Convendría puntualizar aquí un detallito: el modo verbal llamado participio, tan cercano y tan mellizo con el adjetivo, a veces también participa de la opción masculino/femenino (tranquilo, ya descubriremos esta curiosa coincidencia).

Sobre el concepto de género, Morfología nos especifica enseguida: aquí no especulamos con género sexual o genético, nos referimos exclusivamente al género gramatical, conste. Ten muy en cuenta esta precisión, dilecto discípulo; no vaya a confundirte tanto cateto como anda por ahí suelto. De todas formas, volveremos sobre este asunto cuando nos detengamos en el conocimiento del sustantivo.

En conclusión, dilecto discípulo, los materiales relacionados son los que nos ofrece o impone la Gramática a través de la Morfología, su fiel escudera o jefa de almacén. Recapitulemos: cinco grupos de palabras variables (sustantivos, adjetivos, artículos, pronombres y verbos), y cuatro de palabras invariables (adverbios, preposiciones, conjunciones e interjecciones).

Los mensajes que construyamos o recibamos ya construidos serán tanto más eficaces y comprensivos cuanto mejor uso hagan de estos materiales, todos ellos con el sello de garantía y calidad.

Creo que ahora ya sí podemos adentrarnos en las dependencias, secciones, departamentos, celdillas y anaqueles de este magno almacén de las palabras, que, por su imponente valor gramatical, mejor deberíamos calificarlo de catedral.

No haremos una visita caprichosa o arbitraria (Morfología nunca lo permitiría), sino pragmática, modulada y gradual. Partiremos de las herramientas fundamentales, hasta concluir en los aperos menos relevantes aunque también necesarios.

jueves, 26 de julio de 2012


MORFOLOGÍA (I): DISCIPLINA Y ALMACÉN

Es seca, fría y calculadora, pero tremendamente eficaz. Particularmente, se me antoja pelín impertinente y áspera -ya conoces, dilecto discípulo, mi proclividad a la indisciplina-, pero, como organizada y sistemática, es única.

Su trabajo consiste en poner orden y concierto en todas las palabras que pueblan la lengua, amaestrarlas, embridarlas, dotarlas de una forma definida con valor específico, clasificarlas, y después agruparlas según la personalidad asignada a cada cual. Y finalmente, una vez perfiladas al milímetro, ponerlas a disposición de la Sintaxis -sírvase, le dice.

En la Introducción te puse el ejemplo, dilecto discípulo, del experto que clasifica a deportistas. Aquí voy a utilizar el de un casting.

Imagina el rostro severo de la Morfología ejerciendo de seleccionador único en un casting. Y se presentan palabras y palabras para formar parte de la Gramática. Cada una con su currículo bajo el brazo, cuyo interés esencial lo aporta el significado que les ha reconocido la Semántica y la Lexicología -dos ciencias lingüísticas auxiliares de la Gramática (supongo que te sonarán al menos)-, al que añaden otros méritos: que si vengo del latín, o del griego, que mi origen es del árabe, que si mis raíces se remontan a la época ibérica, que si soy capaz de hacer doblete con el inglés… y así todas.
           
Ahora ponte en plan Morfología, con lo que es ella. Primero, por supuesto que si no se presentan con el certificado de garantía de la Semántica y la Lexicología, ni las escucha, las rechaza inmediatamente, las expulsa a las afueras del sistema (eso sí, a expensas del uso que les den los desaprensivos analfabetos que padecemos). Y luego, a las demás, empieza a catalogar y clasificar: tú con esa etimología no pretenderás convertirte en míster sustantivo, o, tú tienes una pinta de preposición… etc.

¡Jo con la Morfología!, ninguna palabra, por mínima que sea o por muy clandestina que intente su intromisión en la Gramática, escapa a su control e intervención. ¡Qué carácter! Y qué fidelidad a los requisitos marcados por su superior (¿superiora?) la Gramática.
           
Siempre el mismo proceso, el mismo recorrido: la Morfología atisba, sopesa, examina, ahorma, clasifica y adjudica a un grupo. Ejercicio que viene ejecutando desde los primeros compases de la lengua con profesionalidad intachable. Menuda hoja de servicios, y mira que lleva años (¡y siglos!).

Un trabajo metódico, dilecto discípulo, sin posibilidad de réplica. No hay palabra que la saque de sus casillas. Raro es conocer a alguien tan cuadriculada como ella.

¿He dicho casillas? ¿He dicho cuadriculada? Precisamente es lo que utiliza, una suerte de cuadrícula proporcionada por la Gramática. Con nueve casillas o celdillas, nueve. A cada una de éstas va asignando cuantas palabras selecciona para trabajar en nuestra lengua. Y en ellas las mantiene, en perfecto estado de revista para cuando sean requeridos sus servicios.

He aquí la segunda gran ocupación de la Morfología, dilecto discípulo, regentar el gran almacén de las palabras, los materiales de construcción del mensaje. Con una organización, clasificación y distribución perfecta, con nueve casillas, o celdillas, o grandes depósitos (como queramos llamarlos), nueve. Algunos de ellos con distintos compartimentos y subdepósitos, también perfectamente diseñados (lo iremos viendo).

Estos nueve son: sustantivos, adjetivos, artículos, pronombres, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones e interjecciones.

Todos ellos permanecen en el almacén de la Morfología hasta que se activa el circuito de la comunicación. Lo suyo no es construir mensajes, sino solamente proporcionar los materiales, el trabajo encomendado por la Gramática. Será la Sintaxis, arquitecto del mensaje, quien le requerirá los materiales necesarios para, de acuerdo con las reglas gramaticales, satisfacer la intención comunicativa del auténtico constructor del mensaje, que es el emisor, la persona que se dirige a su interlocutor.

miércoles, 27 de junio de 2012

INTRODUCCIÓN - II

ELOGIO DE LA GRAMÁTICA

Ahora prescindamos de la morralla y vayamos al anverso, que da cumplida respuesta a esa pregunta final y tontilona de antes.

Para alcanzar la esencia de la gramática, su verdad científica y cotidiana, necesitas dotarte, por supuesto, de algunos rudimentos; pero además, de modestia y permeabilidad, es decir, mantenerte receptivo. Aunque tampoco conviene que tengas fe ciega en mi magisterio, porque puede que alguna vez te engañe, por escapar de mi propia ignorancia, por mitigar alguna cuestión de particular dificultad o por urdir alguna trampa que ponga a prueba la consistencia de tus progresos. De modo que tu confianza en mí no debe anular o condicionarte el adecuado sentido crítico; de lo contrario, derivaría en malformación de aprendizaje.

A mí juicio, la gramática pivota sobre tres grandes ejes perfectamente ensamblados entre sí. Observa, dilecto discípulo:

· La gramática nutre y estructura el pensamiento.

Nuestro pensamiento comienza a rodar cuando asociamos significados a palabras. Ahí estriba la base de su existencia y desarrollo: generar significados que inmediatamente parten a la busca y asociación con palabras, hasta el punto de que un significado sin palabra que lo sostenga no existe (prueba, a ver). Por ejemplo, alguien descubrió que en la atmósfera terrestre había una especie de “fluido que le permitía respirar” (después la ciencia precisaría lo de “mezcla de gases”, etc.), y decidió que aquel significado merecía una palabra, y se le ocurrió llamarlo aire (no preguntes la razón, no la hay, bien pudo darle el nombre de tontería -aunque quizás para entonces esta palabra ya estaría pillada con el significado que conocemos, imagina por qué-, pero no, se le antojó aire). Y esta asociación, aceptada por los miembros de la misma comunidad, prosperó. Un ejemplo más: otra persona consideró que a “moverse deprisa de un lugar a otro” le venía perfecto correr, y también todos aprobaron la idea. Y así, un ejercicio continuado de vínculos que fue poblando de palabras la lengua y sentando los cimientos del pensamiento. Pero, al fin y al cabo, sólo cimientos. Si el proceso se hubiera detenido ahí, el pensamiento no habría avanzado más allá del crucigrama, esa mera capacidad estática y memorística.

El  desarrollo lo trajo la gramática, dilecto discípulo. De su mano llegó la revolución. Arduo trabajo, no creas. Primero se dedicó a clasificar todas las palabras surgidas de las asociaciones, hermanándolas por afinidades y rasgos comunes. ¿Cómo te diría? Imagina un recinto lleno de deportistas de todo tipo, y encargan a un experto, muy experto, diferenciarlos y organizarlos según sus cualidades y habilidades. Unos para fútbol, otros para baloncesto, aquí los de lanzamiento de jabalina, allí los ciclistas, etc. Eso fue lo primero que hizo la gramática con las palabras, agruparlas en conjuntos cerrados -más o menos cerrados-, para lo cual utilizó su herramienta más inflexible, la morfología. Después, cuando ya puso a cada cual en su sitio, pasó a establecer relaciones entre ellas, unas veces muy simples y otras más complejas, según las necesidades de cada intercambio de mensajes, aunque siempre con el objetivo de alcanzar tanto eficacia como armonía (por ese orden -ya lo aclararé-). La gramática encargó esta segunda labor de engarce y filigrana a su otro agente, más dúctil que el anterior, la sintaxis.

Al pronto, parecería que primaba la uniformidad. Pero, ojo, la mayoría de los jugadores resultaron versátiles y, a lo mejor, según las circunstancias, el portero puede jugar de delantero centro y, no creas, no lo hace tan mal. De modo que las clasificaciones morfológicas no son tan herméticas, porque luego viene la sintaxis, más condescendiente y resultadista, y permite a veces que algunas palabras adopten un papel distinto al asignado por la morfología, siempre que con ello se refuercen la eficacia y armonía a las que me acabo de referir. Por ahora quédate con este apunte, dilecto discípulo, más adelante lo desarrollaremos.

Así consiguió la gramática que nuestro pensamiento nunca quedara huérfano ni reducido a colmenas de significados-palabras. ¡Cuántas expresiones podríamos elaborar con aire y correr, ¿verdad? Recuerda, por ejemplo esa que alguna vez te han dicho hundiéndote en la miseria: “Que corra el aire”.

· La gramática ilumina y precisa la comprensión.

Me refiero a la comprensión de mensajes transmitidos mediante las palabras -no es una perogrullada, hay mensajes exclusivamente visuales.

Para comprender y asimilar un mensaje en su totalidad, no nos basta con conocer el significado de sus palabras, no. Un mensaje no se entiende correctamente con sólo percibir palabras y conocer sus significados. ¿Por qué? Sin duda, la razón principal (puede darse alguna otra, ya lo comentaremos) radica en no haber contado con la gramática. En el anecdotario popular encontramos abundantes ejemplos. Uno de los más típicos: el del coronel que da la orden de que la tropa forme en el patio para presenciar un eclipse de sol, orden que se va transmitiendo por las jerarquías militares inferiores hasta que termina interpretándose que el sol del patio eclipsará al coronel formado delante de la tropa (más o menos). ¿Qué ha ocurrido?: se conocían los significados de todas las palabras, pero en la transmisión se han ido alterando sus valores morfológicos y sintácticos, propiciando en el mensaje último una comprensión radicalmente distinta a la pretensión inicial (volveremos a este ejemplo en más ocasiones, es muy ilustrativo). Concretamente al final, entre otras alteraciones, en el nivel morfológico se ha cambiado el sustantivo eclipse por el verbo eclipsar, y en el sintáctico la tropa ha pasado de sujeto oracional a complemento (no viene al caso ahora un análisis más exhaustivo).

Hombre, algo del mensaje inicial ha quedado, pero de manera tan defectuosa que el error se instala enquistado en la memoria (en tu disco duro, diría el clásico actual).

Y he aquí, mira por donde, aparece la memoria y se cuela en el proceso de marras como instrumento de anclaje de lo comprendido. Por tanto, cuando hemos entendido mal algún mensaje, nuestra memoria perpetúa el error, salvo que un nuevo mensaje sobre el mismo asunto, o un proceso de retrorreflexión permita asimilar la dimensión exacta de la intervención inicial (pero esto no ocurrirá sin la obligada ayuda de la gramática). Sería algo parecido a cuando queremos guardar algo en el ordenador y éste te dice “el archivo ya existe” y te da la opción de sustituir o cancelar. Habría que clicar sustituir, ¿no?

Repasemos la secuencia, dilecto discípulo, aplicada al ámbito del aprendizaje, cuando estudias en un libro o atiendes a las explicaciones del profesor (mensaje escrito o mensaje oral). Si además de conocer los valores lexicosemánticos de todas las palabras (los significados), conoces sus valores gramaticales (morfológicos y sintácticos), la comprensión del mensaje (oral o escrito) será perfecta. El resto del trabajo corre a cargo de la memoria, que integrará el mensaje satisfactoriamente en tu bagaje intelectual (una especie de almacén de conocimientos), culminando así el proceso de aprendizaje. En tu caso, seguro que habrías advertido el error en el eclipse del coronel.

Aguanta un poco, no te distraigas. Concluyamos expresando ahora en esquema los eslabones de esta cadena:

Palabras-significados + gramática > comprensión > memoria = aprender.

Así pues, a grandes rasgos, aprender es el resultado de memorizar lo comprendido en un mensaje oral o escrito. Y sin embargo, no aprenderemos correctamente si la comprensión ha sido equivocada y así ha quedado instalada en la memoria (como la orden del coronel, el eclipse, etc.). Todavía puede ser peor si no hemos comprendido nada del mensaje, porque sin comprensión no hay memoria que aguante un mal recuerdo.

Podemos deducir, pues, dilecto discípulo, que la gramática es la savia de la comprensión, y la memoria su aliada.

· La gramática modula y canaliza la expresión.

Si necesitamos la gramática para comprender lo que escuchamos o leemos, también la necesitaremos para que nos comprendan quienes nos escuchan o leen, es decir, para que nuestra expresión (oral o escrita) sea comprendida. Es de cajón, diría un castizo. En el caso del coronel-orden-tropa-eclipse-patio, los sucesivos fallos de comprensión-expresión en la comunicación llevaron al esperpento final. Las deficiencias gramaticales no van por barrios, dañan lógicamente todo el circuito interactivo de la comunicación.

Hay otras situaciones bien distintas a la anterior, dilecto discípulo. Observa, alguna vez nos pasa: “quiero decirte algo, pero no sé cómo”, comentamos a nuestro interlocutor. En cierta forma, el mensaje sería: “tengo la idea, incluso los significados-palabras que voy a utilizar -o sea, el qué decir-, pero me cuesta organizarlas para explicarme con claridad”. De modo que tengo el qué pero no el cómo.

Por ejemplo, he visto en tu camisa una mancha de dimensiones considerables (la idea), y además dispongo de los significados-palabras fundamentales, camisa, mancha y grande (qué decir), pero no sé cómo advertírtelo sin que te sientas ofendido. Si dispongo de gran variedad de recursos gramaticales (posibles presencias de la 2ª persona gramatical -como pronombre personal, como posesivo-, la variedad de deícticos -esa, ahí, etc.-, los valores reflexivos o impersonales de `se` o la relevancia de los aumentativos y diminutivos, por citar algunos), seleccionaré los que más convengan a mis pretensiones, y posiblemente acierte. “Se te ha manchado la camisa, quizás demasiado” parece lo más delicado. Con lo cual, la gramática ha encauzado esa expresión que se nos resistía, y la ha ajustado a la intención comunicativa.

Cuando, por el contrario, se nos atraganta el cómo decirlo, ocurre por carencias permanentes o transitorias en nuestros conocimientos gramaticales. Si el problema es puntual, de minutos en blanco, lo resolveremos enseguida, y acertaremos en la fórmula del mensaje que queremos transmitir. Pero si el vacío viene de antiguo, el mensaje resultará desequilibrado, marrullero, vulgar (“menudo manchurrón te has echado en esa camisa”, “el lamparón es tremendo”, etc.). Malditas carencias gramaticales que nos dejan en evidencia en el momento más inoportuno.

De todas formas, ese batiburrillo de palabras-significados sin organizar, en la expresión oral lo solventamos, mal que bien, acompañándonos del gesto o de sucesivas tonalidades más o menos esclarecedoras. Sin embargo, cuando el problema surge en la expresión escrita, la situación puede llegar a ser insoportable, sobre todo si las circunstancias obligan a una comunicación formal, ¿ponemos un examen, por ejemplo? (aquí se puede alcanzar el nivel de pánico).

Quizás alegues que normalmente salimos del atolladero de manera intuitiva, acostumbrados como estamos a comunicarnos. De acuerdo, pero el dominio de la gramática proporciona a nuestro mensaje mayor fluidez, claridad, expresividad y, ¡caramba!, un poquito de elegancia, por favor.

Sí, elegancia, frente a lo marrullero o vulgar. Puede resultar extraño o una simpleza, pero la gramática es un potente detector y delator de la personalidad, temible o bálsamo. ¿No nos burlamos de la cantidad de “o sea” por minutos que nos puede soltar un determinado tipo de personas? Por no criticar el léxico infumable y la gramática tan elemental de buena parte de los políticos que padecemos (últimamente les ha dado a todos por la expresión “arrimar el hombro”, ¡qué nivel!).

Así que la gramática, dilecto discípulo, se convierte en tarjeta de visita, valor social, reflejo y reconocimiento -tan buen uso, tanto vales o te valoro-. En buena medida, la cortesía, la moderación, la urbanidad, la comprensión, la cordialidad, la educación… son respuestas reflejas del buen uso de la gramática. La gramática te sitúa en sociedad.

· Me voy a permitir un último apunte tipo colofón -para espolear tu interés o desasosiego, quién sabe-, directamente conectado con todo lo anterior, sobre otra cualidad de la gramática, si me apuras, más sutil: te organiza las capacidades intelectuales. Un sustrato de difícil precisión, porque actúa sobre las fibras que mueven el interés por el aprendizaje y el conocimiento.

martes, 5 de junio de 2012

Gramática de autor


INTRODUCCIÓN - I


EL LASTRE 


Puedo comprenderlo, dilecto discípulo, la gramática es señera y temible, magistral y enigmática, sombra de amenazas, fábrica de frustraciones, mano impúdica e inmisericorde, fábula de horrores y errores, hipérbole del miedo.

En el proceloso mundo de la enseñanza y desde épocas hasta donde la retrospectiva alcanza, la gramática y las matemáticas han mantenido disputas permanentes, contiendas nada edificantes, para erigirse en materia o asignatura maldita. El ogro con el que tiene que batirse el estudiante desde su más tierna infancia, hasta arrebatarle con sangre y codos un mísero aprobado. Dos horrendos cíclopes imposibles de eludir.

Dejemos ahora a las matemáticas en el dique de la indigestión, y dispongámonos a transformar la gramática en manjar humano. He aquí mi objetivo, dilecto discípulo, descabalgar esa consideración arcana, aprensiva y timorata que te insuflaron junto con las fatigosas clasificaciones de sustantivos, las mortificantes conjugaciones verbales y las subordinadas adverbiales más abracadabrantes.

Para empezar, denunciemos la mediocridad de quienes fantasmean con la gramática o simplemente la ningunean. Conforma el primer grupo una tropa disforme integrada por falsillos o falsetes, aprendices de vitola, maestros de medio pelo, escépticos desinformados, relativistas vagos y un largo etcétera de violeteros sin estambres ni corola. Sus conocimientos se reducen a la memoria mecánica y estéril de reglas y clasificaciones para ejercicios tipo test, a cobijarse bajo el aura de un amigo filólogo, a la lectura del prólogo de la nueva gramática de la Academia como si de una novela se tratara, o exhiben esta nueva gramática con su estuchito y todo en la estantería del salón junto a la colección de Premios Nobel, o a fardar de algún saber importante, como lo del leísmo, anduve por andé y juegos de esgrima por el estilo.

Entre los otros, encontramos a los de “a mí no me vengas con milongas de sujeto y predicado, porque para sujeto tú y para predicado yo”. A éstos les violenta tanto no tener ni idea, que responden con desaires o alguna vulgaridad propia de su ingenio. Junto a ellos camina una inmensa turba de cojitrancos (y sálvese quien pueda) que, empecinados en la exaltación de su ignorancia, recurren a la interrogación retórica de los gaznápiros: ¿para qué sirve la gramática?

Quedas, pues, avisado, dilecto discípulo.